El sol radiaba orgulloso desde lo
más alto de ese cielo azul tan característico que solo puede haber en el sur.
Era un día con pocas nubes, y aunque el sol no calentaba y en ocasiones surgía
una repentina brisa de aire frio. La verdad es que parecía más un día fresco de
primavera que uno suave de invierno.
La plaza de la Borboña transmitía
una tranquilidad que incitaba a los transeúntes a tomar asiento en los bancos
de madera cercanos a la fuente, y a sumergirse en sus pensamientos al ritmo del
correteo del agua. Pero nadie lo hacía.
Al lado de la calzada una hilera
de tres coches de caballos esperaban pacientemente algún cliente. Uno de los
cocheros hacia tiempo pasando un trapo por el coche de caballo, mientas que los
otros dos charlaban animadamente. El caballo que lideraba la fila se mostraba
nervioso y cada poco tiempo golpeaba el acerado con el casco, produciendo un
sonido hueco en la plaza, un cloc.
Un joven con cámara se detuvo a
pocos metros del animal, contempló la escena y se acercó a una farola próxima
donde se apoyó para tomar una fotografía. Miró la pantalla de la cámara
insatisfecho, repitió la operación, esta vez ajusto con más detenimiento el
objetivo. Su expresión no mudó mucho de la anterior al comprobar el resultado,
al cabo de unos segundos continuó su camino, cloc. Por el otro extremo de la plaza un hombre y una mujer
hicieron aparición agarrados de la mano, no se dijeron nada pero su forma de
devorarse con la mirada parecía tan natural que lo decían todo. Sentí una envidia insana al no tener
alguien así y más en un día como aquel. De repente algo me llamó la atención.
No, no era un objeto como había pensado en un principio, era un hombre que
surcaba la plaza a gran velocidad en bicicleta, antes de que volviera a
prestarle atención había desaparecido, cloc.
Una voz femenina invadió mi
cabeza de golpe, un grupo amplio de chicas caminaban ajenas a todo,
concentradas en escuchar el relato que contaba la que había oído; pasando por
detrás de mí vi a un crio que sonreía a pesar de que caminaba arrastrado a
manos de su madre, la cual protestaba y decía que se aligerara. El niño miraba
hacia atrás, al globo que tenía agarrado a la muñeca con un nudo y que le
perseguía apresuradamente cloc. Miré
al caballo de nuevo, seguía intranquilo y cambiaba de cuarto delantero cada
poco, me pareció con ese continuo movimiento que estuviera bailando. A veces
levantaba unos segundos la pata, suspendiéndola en el aire antes de golpearla
en el suelo, quizás intentaba realzar su acto de presencia pensé. Dos extranjeros
con mochilas en la espalda y mapas en mano charlaban en una lengua
indescifrable, dejando solo como reconocible la palabra ‘Híspalis’. En la calle que daba a la torre de la abadía un
hombre con aspecto cansado intentaba repartir sin mucho éxito panfletos a todo
el que pasaba cloc. Una mujer con un
cachorro se sentó en uno de los bancos más cercanos a la fuente, el cachorro se
mostraba enérgico y juguetón, pero su dueña parecía preocupada, sacó un paquete
de tabaco y se puso a fumar.
A lo lejos vi a una chica que
arrastraba una maleta de viaje, llevaba una sudadera de la universidad, no
tardó mucho en desaparecer seguida por
el traqueteo de los rodines contra el adoquinado y luego vino el indiscutible cloc. Un grupo de tres chicas se
sentaron en uno de los banco, parecía que hablaban entre ellas y quizás lo
hicieron durante un momento. Desaparecieron dejándose arrastrar por las
brillantes pantallas de sus móviles cloc. Miré la hora en el móvil, todavía quedaba un
poco, así que proseguí con lo mío durante un buen rato más.
En todo ese tiempo absolutamente
nadie se fijó en el chico que se encontraba sentado en el último banco del
extremo de la plaza. Contemplando la vida de la ciudad, esperando. Por aquella época me hubiese encantado que
alguien hubiera notado la presencia de aquel joven. Porque aquel chico de mirada atenta que esperaba en silencio,
era yo. Lo observaba todo con detenimiento, como si fuera un cuadro al que
sacarle un secreto oculto. Y ya lo creo que lo saqué. Me di cuenta del ensimismamiento
de las personas. Nadie era capaz de ver más allá de sí mismo.
Hubiera dado cualquier cosa por
que alguien se hubiese detenido de golpe y hubiera visto lo que yo veía. Que me viera en la esquina, y
que supiera que estaba haciendo, y sin ni siquiera mediar palabra entre ambos,
los dos nos habláramos. Pero no pasó y seguí siendo una sombra a plena luz del
día.
—Llegas
tarde. —dije
a Martín con un tono de desdén cuando este se acercó lo suficiente para oírme.
Negó con la cabeza mientras todavía se me acercaba.
—Tú eres quien llegas temprano, yo llego
a la hora que dijimos, si lo hubiera sabido habría venido antes.
Era cierto pero no
estaba dispuesto a reconocerlo y privarle de mi cara de enfado hasta que pasara
un rato, o hasta que quizás, consiguiera hacerle sentir culpable.
—Me he perdido las dos últimas horas de
clase, y me jugado que me pillaran fugándome. Esperaba que al menos tuvieras la
decencia de estar a la hora.
Martín me negó con la
cabeza nuevamente mientras me miraba con un tono de irritación.
—Tendrás que hacerlo mucho mejor si lo
que quieres es que te invite a una cerveza.
Le miré fijamente, y lo
vi de pie con el semblante serio y un poco amenazador esperando mi reacción.
Sin duda no estaba de humor, y su aspecto contrastaba bastante su estado: con
el pelo rojo enmarañado hecho un ovillo, la cara pálida y esas ojeras que
surcaban su cara.
Me quedé mirándolo
fijamente y con parsimonia me levanté para ponerme cara a cara.
—Pues yo creo que tendrás que
justificarte mucho mejor para mínimo no invitarme a un cubo —a lo que añadí—. Pedazo de mierda.
Ambos nos miramos unos
segundos más, y fue entonces cuando Martín dibujó en la comisura de sus labios
una breve sonrisa que se convirtió al segundo en una fina y dura línea. Pero ya
era tarde, lo había visto. Por lo que sentí el impulso de reírme, así que
terminé también forzando mis facciones de la misma forma que lo había hecho él.
—¿Pedazo de
mierda? —repitió.
Entonces ninguno de los
dos pudimos frenar más el impulso y rompimos a reír. Nos dimos un abrazo como
solíamos hacer cada vez que nos veíamos, que no solía ser muy a menudo.
—Qué
tal estas. —me preguntó.
—Por
lo que puedo ver por tu aspecto mucho mejor que tú —reconocí con franqueza—. Ya sé
que la ilusión de verme después de tanto tiempo es demasiado para poder
siquiera dormir, eso explicaría las ojeras pero, el look vagabundo a qué es
debido ¿es carnaval? ¿O es tu ropa de diario?.
—Es lo que
tenemos los universitarios, algún día lo comprenderás. O no. —Añadió — Y lo de
la ropa, nos la regalan en la uni cuando empiezas a estudiar ingeniería
informática. Es una forma para que nos identifiquemos entre nosotros por si nos
encontramos en apuros, ya sabes: quedarnos sin batería en el portátil, perder
la cuenta de WoW… Lo típico.
No pude parar de reír. Aquello era una
de las cosas que más me gustaba de Martín, siempre sabía reírse de sí mismo.
—Entonces
creo que deberías conseguirme un uniforme de esos.
—Creía
que renegabas el lado oscuro y de todo eso de ser un friki.
Hice
un movimiento de hombros.
—El
lado oscuro es fuerte en mí por desgracia. Y no es cierto, yo de lo que reniego
es de la etiqueta friki. Que me guste algo friki no significa que lo sea.
Martín arqueó las
cejas.
—En ese caso demostrémoslos con un test rápido
—y
antes de que pudiera decir nada disparó la primera pregunta—. ¿Has leído
alguna vez un anime?.
—Sabes de sobra que un anime no se puede
leer, que lo que se lee son los mangas. Y has dicho esto para dejar claro mis
conocimientos en el tema, pero esto solo demuestra que soy una persona que
habla correctamente y sabe un poco del asunto.
—Letrado
responda a la pregunta por favor.
—Sí.
Tengo la colección completa de Dragon Ball como bien sabes. Pero Dragon Ball no
cuenta, Goku es Goku tío, Además es la única colección manga que tengo.
— ¿Qué es el E3? ¿Mejor saga de
videojuegos? —a lo que añadió con cierta malicia en su sonrisa—. ¿Y qué
opinas de WiiU?
Le miré con
cara de asco.
—El
E3 es la feria más importante de los videojuegos de todo el mundo —dije
con un tono cansino— .Es normal que la conozca. La mejor saga de videojuegos de
todos los tiempos como bien sabes y si no es que no tienes ni idea de
videojuegos, es Metal Gear Solid. Y WiiU ¿Por qué me odias?
—Vale
dejemos lo de Wii U. ¿le gusta leer?
—Sabes que
sí.
—¿Cuál
diría que es su saga favorita? —dijo poniéndome un micrófono imaginario
cerca de la boca.
—¿Has
pasado de juez a periodista?—no dijo nada, se limitó a hacerme gesto hacia el
micro imaginario, entorné los ojos mientras regaba con la cabeza—. Canción
de Hielo y Fuego
—Aja, te
gusta leer y encima literatura de fantasía además —dijo señalándome como si
hubiera descubierto una prueba irrefutable—.¡Una persona normal diría
juego de tronos!
—Gracias
por llamarme anormal. Que me guste la lectura, y que sea buena, no me hace
culpable de nada.
—¿Todavía
no estás dispuesto a reconocerlo?
—¡Si
es que no soy friki! Sí, me gusta las
series, he leído algún manga, me gustan los videojuegos, y también me gusta la
lectura. Y sin embargo no me gustan cosas tan típicas como Matrix, Start Wars
el señor de los anillos, one pieces o ni disfrazarme y hacer el canelo por ahí.
—Lo
siento, pero has aprobado el test, y por ello yo, y en nombre de todos los
frikis de la galaxia, como sacerdote level 100 de la horda gracias a nuestro
señor todopoderoso Blizzard. Te concedo el título de friki de armario.
Como
decía me gustaba Martín porque sabía reírse de sí mismo, pero que admirara su
habilidad no significaba que la compartiera. Aquello no me hizo nada de gracia
y decidí tomarme la revancha.
Cogí la maleta y empecé
a desperdigar su interior en el banco. Algunos capuchones de los bolígrafos que solía perder salieron rodando
hasta caer al suelo, los folios de apuntes tomados hacía meses al fin vieron a
ver la luz del sol, salieron justo después de unos cuantos libros, que eran los
culpables de que los apuntes solieran estar en la base de la mochila, ya que al
sacarlos y meterlos, terminaba doblando las hojas sueltas y empujándolas al
fondo. Al final terminé con varios libros de Bachillerato por el suelo, pero no
me importaba. Esos libros podían fastidiarse ensuciarse y doblarse todo lo que
quisieran, pero no unos de mis libros, y menos ese.
Saqué con orgullo, y
para qué negarlo, con un poco de expectación, mi querido ejemplar de ‘El temor de un hombre sabio’ y sonreí
al ver su portada.
—Aquí está
por lo que has venido —de pronto a Martín toda la alegría se esfumó de un
plumazo, y volvió a convertirse en aquel joven de aspecto desdeñable que había
visto hacía unos minutos. Su cara descompuesta
miro mi preciado tesoro y quiso cogerlo, iba a ponerlo en sus manos pero
en el último momento retiré el libro y le miré a los ojos—. Un lector
autentico, jamás dejaría un libro como este a nadie. —Hice una pausa para que
notara mi seriedad—. Si me lo devuelves doblado o manchado…
— Se de
sobra que sería como profanar a toda tu familia y luego comérmelos vivos. —argumentó
rápidamente intentando zanjar el tema.
Me imaginé la escena que acababa de
decir.
—Umm, creo
que más o menos te haces una pequeña idea de lo que representaría para mí.
Sus ojos alternaban entre mí y el libro.
Su mirada gritaba desesperación, se notaba que se moría por tener el libro
entre las manos. Aquello me hizo disfrutar y intente hacerlo durar unos
segundos más intentando aparentar indecisión a desprenderme del objeto.
Nada más dárselo
contempló la portada y la palpó buscando relieves. Aguardé tranquilo mientras
lo abría y lo ojeaba. Llevaba una semana intentando hacerse con el libro, pero
por algún motivo, y aunque su predecesor había vendido bien, la tirada había
sido excesivamente corta, y la gente se estaba volviendo loca por encontrar un
ejemplar. Yo había sido uno de los pocos afortunados, y la noche anterior había
terminado su lectura. Hice tiempo recogiendo todo lo que había tirado,
metiéndola de cualquier forma en la mochila y sin miramientos.
—Gracias. —fue lo único que dijo. Pero
ambos supimos perfectamente que sus palabras querían decir mucho más que eso.
Fue su tono de voz; me había hablado como si por fin pudiera descansar, y en
realidad le creía.
Veréis si alguna vez os
habéis obsesionado con tener algo, sabréis que al principio se suele preguntar
con calma. Es después de varias negativas cuando descubres que aquello que
quieres está agotado o es especialmente difícil de encontrar. Y es en ese
momento cuando comienzas a ponerte nervioso. Aun así repasas los lugares que te
quedan por visitar, y te preguntas si habrá alguno más que se te habrá
olvidado.
En tu cabeza por
supuesto, te dices que seguro que en los sitios que te quedan por ir tiene que
haber unos cuantos, y que serás uno de los pocos afortunado que lo consigas,
porque <<ya bastante mala
suerte tengo en la vida para que encima también me pase esto>>.
La realidad será que
ese día te irás a casa con las manos vacías, y el nerviosismo que sentías se
irá convirtiendo en puro rencor porque una vez más Dios o lo que sea, disfruta
viéndote sufrir, y nunca puedes tener las cosas cuando las quieres. Aun así
eres positivo y le quitas importancia <<mañana
seguro que lo tendré, además por un día no me voy a morir>>.
La realidad será que al
día siguiente empezarás a ver a la gente en internet con aquello que tanto
deseas, y es entonces cuando comenzaras a ir a sitios que ayer no habías visitado.
Como no lo encontraras comenzaras a llamar por teléfono, pero nadie querrá
darte una fecha de cuando lo tendrán exactamente. Todos se limitarán a
informarte del motivo por el que no hay existencias. Como si a ti te importara
o como si después de haber llamado a tres sitios distintos no te hubieras
enterado del porqué. Como consuelo te ofrecerán tomarte los datos para
incluirte en una lista donde avisarán a los interesados cuando el producto
llegue. Al principio te escudaras en eso para aguantar un poco más ese rencor
que va tomando forma. Pero los días pasarán y más gente lo tendrá, y tú no
serás unos de ellos. Y esa rabia te irá dominando y consumiendo. Seguirás
llamando, y escucharas las mismas respuestas día tras día, como si el tiempo no
avanzara o no quisiera avanzar.
Oirás de sitios donde
llegaron rápido y más rápido se agotaron, y será entonces cuando empezaras a
jurar y maldecir. Luego veras por internet a más gente que sonríe porque lo
tienen, y leerás afirmaciones como que es incluso mejor de lo que habían
esperado. Y tú arderas por dentro. Será
entonces cuando sabrás que aquel objeto que querías, ahora lo necesitas. Y que
la espera hasta conseguirlo será una lenta y dura agonía que solo cesará cuando
termine en tus manos. Y solo cuando eso pase, solo entonces, podrás descansar.
—Qué tal si me lo agradeces con
ese cubo que prometiste —le guiñé un ojo—. Prometo dejarte marchar pronto, que sé
que lo estas deseando para empezar con el monstruo.