El salto al vacio

Cuando miró abajo tuvo que agarrarse a la barandilla al sentir el temblor de sus piernas. Más de 10 metros de altura le separaban del agua. Sin duda el agua se veía lejana pero lo que temía no era la altura, ni la caída. Su miedo más profundo era lo que pudiera haber tras esa opaca superficie liquida. Si había algún hierro o alguna especie de plataforma cercana a la superficie, podría quedarse parapléjico de por vida por un salto. 

Irónico que lo que más temía era lo que no podía ver. 
Como en la vida.

Tomó aire y razonó, era una presa llena de agua con las compuertas cerradas. Era improbable que hubiese nada a ese nivel del agua a excepción de la misma agua. Respiró hondo, contó hasta tres y se dejó llevar por un vació que lo absorbió con fuerza al ritmo que las piernas le volvían a fallar. Lo que ayudó a aumentar más la velocidad de la caída. En el aire no tuvo tiempo a pensarlo pero estuvo en su cabeza de alguna forma: ya no tenía sentido preocuparse por lo que no dependía de él, si había algo tras el agua tendría que asumir las consecuencias.

Sintió el viento sonar fuerte en sus oídos, y vio acercarse el agua en apenas unos segundos.

Y nada más. 

Supo que había entrado en el agua, aunque no por sus ojos que permanecían cerrados. Cuando los abrió la oscuridad lo rodeaba. No pensó en nada, solo salió a la superficie. Salió del agua y se dirigió de nuevo a lo alto de la presa decepcionado. 

No había sido capaz de sentir su corazón. 
Ni siquiera con miedo.

Lo único que lo hacía bombear con fuerza era correr hasta morir.     

Ajedrez de la vida

Él era como un peón,  escogía sus pasos a medida que llegaban, sobreviviendo por el tablero sin rumbo.

Ella era como una reina. Decidida y capaz de todo. Peligrosa y imponente. Racional en todo, no se exponía sin motivo.

Él aunque se movía como un rey,  no lo era. Y ella aunque lo amaba no podía sacrificar su vida  por la de un peón.

Que cerca estuvieron de ganar. Si ella hubiera olvidado quien era
Que cerca estuvieron de ganar. Si él hubiera avanzado lo suficiente para convertirse en otro...

Que cerca.

Y aun no he dicho nada.

Se nos desvanecen los deseos tras montañas de problemas. Perdemos el apetito, el gozo y el consuelo.  
Se nos hunde el mundo, y a mí eso…. me hace gracia.

Leo a bukowsky y siento desprecio, no de su ser, de su alcohol en vena.
De sus noches en velas, y su marañas de verdades estampadas en texto.

Y río por consuelo, del frio enero y de los muertos anhelos.

Y sonrío, del mundo cruel y vacío, de sus inútiles habitantes y de las pompas que en el aire, estallan y se corrompen con el viento y el devenio.

Un sentimiento incoherente distinguible por su linealidad, escueto de palabras y de emociones, no es nada, es algo. Es la noche que se apaga, el descontento de lo más adentro, que ha rebotado desde la profundidad y me busca con su negativismo. Me atrapa en sus redes, me lleva a donde quiere, y me susurra. Me dilata y me confunde. Me engancha. Y para entonces olvido mi nombre, mi razón y mi ser. Olvido el olvido y me convierte. Me contrae, y me enfada. Se oculta y vuelve, y juega y se divierte. Me arrastra por mi mente. Me destruye y me mata.
                                                                              Y aun no he dicho nada...

Noche sempiterna


<<Que cansado estoy>>pienso mientras escribo otra línea más de Wikipedia a mano. <<Estúpido Ricardo, podía aprobarme con el maldito 4,2 y dejarme tranquilo>>miro el reloj, marca las "00:03", la televisión muteada muestra un anuncio. Me resigno, <<y pensar que mañana tengo otro examen y todavía no he empezado a estudiar…Y aún me queda por lo menos media hora para acabar esto>>, suspiro y comienzo a escribir otra línea más de wikipedia <<¿a dónde me he quedado, era en…reflectante?>>

La estufa me hace tener calor: me quito la mesa camilla y vuelvo a mirar al portátil, me escuecen los ojos: ojos que pesan y que desean cerrarse y alejarse del brillo de la pantalla. <<Podría acostarme y terminarlo mañana>> intento despertarme meneando la cabeza <<no, mañana necesito todo el tiempo para estudiar>>. Me duele la columna de estar en el hundido sofá con el cuerpo mal girado, me inclino más sobre la hoja de papel y sigo escribiendo. Estoy deseando acabar.

Me rasco la cabeza y noto algo ¿un grano? Me clavo la uña y consigo arrancarlo, con cuidado de no perderlo entre los dedos lo saco del pelo. Miro mis dedos y veo algo que parece una postilla. La tiro. Continúo escribiendo.

Línea tras línea sigo rellenando la hoja a paso lento y cansado.  Me fijo en la parte inferior del folio <<¿Qué es eso?>>. Un bicho se pasea por el borde del folio a paso constante, minúsculo y transparente,  de tamaño no mayor a un punto del bolígrafo. Imposible de apreciar su existencia en otras circunstancias. <<¿Una termita?, es lo único que conozco tan chico y con ese aspecto transparente>>.Lo piso con el boli y miro su punta <<¿y si fuera un piojo?>> comienzo a hilar <<¿y si fuera de mi cabeza?>> me empieza a picar solo de pensarlo. Comienzo a palparme el pelo en busca de otras postillas <<¿y si estaba en la manga del pijama?, quizás haya dormido conmigo en la cama, ¡y si hay una plaga de esto en mi dormitorio!>> me pica el brazo y el pie a la vez y me rasco. Luego es el cuello y detrás de la oreja. Intento concentrarme: <<estoy delirando>>, <<Lo mejor es acabar esto e irme a dormir>>. La iluminada habitación queda en silencio y sigo escribiendo mientras involuntariamente no paro de rascarme. Escucho el reloj tic,toc. Tic,toc. <<ya queda poco>> termino y apago el portátil.  Me voy a mi cuarto y me acuesto.

Veo en la oscuridad. No paro de dar vueltas en la cama, me agobio y estiro las sabanas para que no me aprisionen tanto. Me pongo de lado y escucho un zumbido. No, no está a fuera sino dentro de mí. Lo oigo solo al apoyar la oreja contra la almohada. Tiene que ser un mosquito, debo tenerlo dentro, atrapado en la cera de mi oreja. Meto el dedo todo lo que puedo para intentar matarlo o sacarlo, pero no lo consigo. Y continua el zumbido en mi cabeza <<tendré que dormir del otro lado>>. Me quedo quieto y pienso en mañana, en lo que tengo que madrugar y en que no puedo dormir. Siento algo que se mueve por mi brazo y me rasco, los picores se expanden a abdomen y bíceps. Me coloco boca arriba y siento molestias en la barriga: me ahogo, no puedo respirar, siento punzadas de dolor, aun así me niego a moverme <<solo son nervios>>. Resisto y permanezco mirando mi habitación a oscuras. 

Escucho el ruido lejano de los coches al pasar por la carretera. A veces, cuando estoy soñoliento oigo ese susurro lejano y, sutilmente, se transforman en palabras susurradas que me despiertan sobresaltado. Pienso que hoy no es un buen día para escuchar susurros. 

Sigo esperando a que me llegue el sueño: <<Deben de ser por lo menos las dos ya>>. Llevo tanto tiempo despierto que necesito mear. Salgo de la cama y noto el frío del invierno en los pies, miro el reloj del móvil: las "3:47". Voy al cuarto de baño y enciendo la luz. Me veo en el espejo y me detengo. Pienso en lo poco consciente que soy de mi  propio aspecto: contemplo los pelos de la barbilla <<no sabía que los tuviera así>>, miro las cejas y veo como el bello va acortándose a medida que mi mirada se aproxima a la oreja. Luego me fijo en mis ojos.

Me resulta extraño no ser consciente de las pequeñas cosas que tiene mi propio iris: en el fondo para mi sorpresa hay pequeñas motitas profundas y minúscula que le dan forma, intento grabarlas en mi cabeza. Algo surge en mi cara, ha sido un musculo, se ha movido, sino fuera por el espejo ni habría sido consciente de ello. Decido ver si ocurre de nuevo y espero atento. Como un rayo aparece y desaparece otra vez. Me miro a los ojos. Me observo en el espejo hasta que todo cambia sin nada alterarse y me pierdo, en mi lugar hay alguien disfrazado de mí que me mira fijamente <<¿Quién es ese hombre?>>. Siento una repentina punzada de miedo ante la mirada de odio de aquel extraño: miedo que se apaga como una vela al volver en mí,  <<es el sueño y nada más>>. Decido al fin defecar.

Me siento en el váter y aprieto, en mis intestinos algo se desgarra precedido de un dolor intenso, y tras varios esfuerzos al final escucho unos 'ploc' que se preceden. Siento una gran liberación. Me pongo de pie y me limpio el culo, miro el váter. Todo se encuentra en el fondo excepto aquello que roza la superficie, lo observo fijamente. Parece estar muerto por la manera de flotar inerte en el agua, y por sus patas de aspecto crustáceo recogidas. Su cuerpo oscuro y alargado parece el de una cucaracha, su cabeza sin antenas y con pinzas me recuerda al de un escarabajo.

El temor de un hombre sabio de Patrick Rothfuss

"El hombre había desaparecido. El mito no. Músico, mendigo, ladrón, estudiante, mago, trotamundos, héroe y asesino, Kvothe había borrado su rastro. Y ni siquiera ahora que le han encontrado, ni siquiera ahora que las tinieblas invaden los rincones del mundo, está dispuesto a regresar. Pero su historia prosigue, la aventura continúa, y Kvothe seguirá contándola para revelar la verdad tras la leyenda."

Hola mis queridos lectores, como bien sabréis por mi cuenta de twitter ¡ya me he terminado El temor de un hombre sabio de Patrick Rothfuss! y ando super contento de poder poner otra entrada sobre esta saga tan genial y que me he pulido enterita en menos de un mes. ¡Ahora a esperar su tercera entrega!

Si en la primera entrada del blog puse algunas palabras que me vinieron a la cabeza al pensar en el libro, en esta no podía ser menos así que allá van: Amyr, Denna, Elodin, Ketan, Felurian, leyenda y camino.
Recalcaré esta última sobre el resto: camino. Porque si algo define a este libro es especialmente eso. Es difícil pensar en cómo comienza y no sentir cuando lo has acabado que han tenido que pasar años desde que lo empezaste. Y no, no es porque el libro sea aburrido sino porque es imposible que en un año de la vida de Kvothe todo esto haya podido ocurrir. 

Son demasiadas vivencias, demasiadas situaciones diversas y dispares, demasiados conocimientos obtenidos, en definitiva demasiados caminos recorridos. 

Sí, sin duda si algo define a El temor de un hombre sabio es esta palabra.

Si el primer libro resaltaba sobre todo por su originalidad en la narrativa, en este esas conversaciones no son tan cercanas intensas y llamativas. Un momento Álvaro, ¿me estás diciendo que sin tener lo que le hacía único al El nombre del viento, este segundo se ve condenado a ser una simple entrega simplona? NO. Al contrario, yo diría que antes, El nombre del viento resaltaba por un único aspecto sobre el resto ahora sin embargo, todos los aspectos están tan igualados a la narrativa del primero que convierte esta nueva entrega en un libro muchísimo más completo.

De hecho me atrevo afirmar que El temor de un hombre sabio es el doble o el triple de intenso y completo que su antecesor. 

Veamos: si en mi primera entrada hice mención al desarrollo del personaje a medida que continuaba la historia. En este Kvothe crece todavía muchísimo más, pero esto de nuevo viene relacionado a las cosas que nos ocurren, a la cantidad de viajes que hacemos, y a los rincones del mundo que terminamos asomándonos, en definitiva: diversidad y disposición de un mundo más completo y complejo a nuestros pies.

La trama por otro lado es más elaborada. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que nunca se te ocurriría donde ibas a acabar con Kvothe. No es como en el primero en este aspecto, que era bastante predecible: sabías que algo malo iba a ocurrir con la marcha de Abenthy, ya que todo de momento en la vida de nuestro joven Kvothe era perfecto. También sabíamos que tarde o temprano iríamos a la universidad, y después de pasar una temporada en los frios callejones de Tarbean era predecible saber que ese sería nuestro siguiente paso.

Otro aspecto donde Rothfuss de nuevo se crece es en los personajes. Si bien en el primer tomo exceptuando a Kvothe Elodin y algún personaje característico más como por ejemplo Devi; el resto se mostraban bastante planos, solo hay que ver a Simmon o Will. Por no hablar de otros que directamente dan la sensación de ser arquetipos vivientes como Denna. En este eso se soluciona y al fin todos cobran vida. Algo fundamental para una lectura rica y enriquecedora.

Por tanto como esto no es una reseña y yo no busco dar más que mi sincera opinión sobre qué es lo que más me ha llamado la atención de este libro sin enrollarme demasiado. Concluiré:

Tiempo, eso es lo que ha necesitado Rothfuss para pulir todos los fallos y puntos débiles que mostraba El nombre del viento. Pero no solo hace falta tiempo para hacer algo, aparte de hacerlo, hace falta hacerlo bien. Y en este caso no puedo decir otra cosa aparte de que ha hecho un trabajo excepcional.

Anteriormente dije que El nombre del viento era un bueno libro con una fama que los precede justificada. Ahora gracias a esta nueva entrega doy un paso más allá y afirmo que Rothfuss se ha ganado entrar en mi estante de escritores favoritos.

¡Con esto termino y me despido! Aah, se me olvidaba deciros que mi siguiente lectura será —Diez negritos de Agatha Christie ya os contaré qué tal. 


¡Hasta pronto! Sed felices y leed mucho.

Quién llamó a Mr.Hook


Capítulo 1
El sol radiaba orgulloso desde lo más alto de ese cielo azul tan característico que solo puede haber en el sur. Era un día con pocas nubes, y aunque el sol no calentaba y en ocasiones surgía una repentina brisa de aire frio. La verdad es que parecía más un día fresco de primavera que uno suave de invierno.
La plaza de la Borboña transmitía una tranquilidad que incitaba a los transeúntes a tomar asiento en los bancos de madera cercanos a la fuente, y a sumergirse en sus pensamientos al ritmo del correteo del agua. Pero nadie lo hacía.

Al lado de la calzada una hilera de tres coches de caballos esperaban pacientemente algún cliente. Uno de los cocheros hacia tiempo pasando un trapo por el coche de caballo, mientas que los otros dos charlaban animadamente. El caballo que lideraba la fila se mostraba nervioso y cada poco tiempo golpeaba el acerado con el casco, produciendo un sonido hueco en la plaza, un cloc.

Un joven con cámara se detuvo a pocos metros del animal, contempló la escena y se acercó a una farola próxima donde se apoyó para tomar una fotografía. Miró la pantalla de la cámara insatisfecho, repitió la operación, esta vez ajusto con más detenimiento el objetivo. Su expresión no mudó mucho de la anterior al comprobar el resultado, al cabo de unos segundos continuó su camino, cloc. Por el otro extremo de la plaza un hombre y una mujer hicieron aparición agarrados de la mano, no se dijeron nada pero su forma de devorarse con la mirada parecía tan natural que lo decían  todo. Sentí una envidia insana al no tener alguien así y más en un día como aquel. De repente algo me llamó la atención. No, no era un objeto como había pensado en un principio, era un hombre que surcaba la plaza a gran velocidad en bicicleta, antes de que volviera a prestarle atención había desaparecido, cloc.

Una voz femenina invadió mi cabeza de golpe, un grupo amplio de chicas caminaban ajenas a todo, concentradas en escuchar el relato que contaba la que había oído; pasando por detrás de mí vi a un crio que sonreía a pesar de que caminaba arrastrado a manos de su madre, la cual protestaba y decía que se aligerara. El niño miraba hacia atrás, al globo que tenía agarrado a la muñeca con un nudo y que le perseguía apresuradamente cloc. Miré al caballo de nuevo, seguía intranquilo y cambiaba de cuarto delantero cada poco, me pareció con ese continuo movimiento que estuviera bailando. A veces levantaba unos segundos la pata, suspendiéndola en el aire antes de golpearla en el suelo, quizás intentaba realzar su acto de presencia pensé. Dos extranjeros con mochilas en la espalda y mapas en mano charlaban en una lengua indescifrable, dejando solo como reconocible la palabra ‘Híspalis’. En  la calle que daba a la torre de la abadía un hombre con aspecto cansado intentaba repartir sin mucho éxito panfletos a todo el que pasaba cloc. Una mujer con un cachorro se sentó en uno de los bancos más cercanos a la fuente, el cachorro se mostraba enérgico y juguetón, pero su dueña parecía preocupada, sacó un paquete de tabaco y se puso a fumar.

A lo lejos vi a una chica que arrastraba una maleta de viaje, llevaba una sudadera de la universidad, no tardó mucho en desaparecer  seguida por el traqueteo de los rodines contra el adoquinado y luego vino el indiscutible cloc. Un grupo de tres chicas se sentaron en uno de los banco, parecía que hablaban entre ellas y quizás lo hicieron durante un momento. Desaparecieron dejándose arrastrar por las brillantes pantallas de sus móviles cloc.  Miré la hora en el móvil, todavía quedaba un poco, así que proseguí con lo mío durante un buen rato más.

En todo ese tiempo absolutamente nadie se fijó en el chico que se encontraba sentado en el último banco del extremo de la plaza. Contemplando la vida de la ciudad, esperando. Por  aquella época me hubiese encantado que alguien hubiera notado la presencia de aquel joven. Porque aquel chico  de mirada atenta que esperaba en silencio, era yo. Lo observaba todo con detenimiento, como si fuera un cuadro al que sacarle un secreto oculto. Y ya lo creo que lo saqué. Me di cuenta del ensimismamiento de las personas. Nadie era capaz de ver más allá de sí mismo.

Hubiera dado cualquier cosa por que alguien se hubiese detenido de golpe y hubiera visto  lo que yo veía. Que me viera en la esquina, y que supiera que estaba haciendo, y sin ni siquiera mediar palabra entre ambos, los dos nos habláramos. Pero no pasó y seguí siendo una sombra a plena luz del día.
—Llegas tarde. —dije a Martín con un tono de desdén cuando este se acercó lo suficiente para oírme. Negó con la cabeza mientras todavía se me acercaba.
 —Tú eres quien llegas temprano, yo llego a la hora que dijimos, si lo hubiera sabido habría venido antes.
Era cierto pero no estaba dispuesto a reconocerlo y privarle de mi cara de enfado hasta que pasara un rato, o hasta que quizás, consiguiera hacerle sentir culpable.
                —Me he perdido las dos últimas horas de clase, y me jugado que me pillaran fugándome. Esperaba que al menos tuvieras la decencia de estar a la hora.
Martín me negó con la cabeza nuevamente mientras me miraba con un tono de irritación.
                —Tendrás que hacerlo mucho mejor si lo que quieres es que te invite a una cerveza.
Le miré fijamente, y lo vi de pie con el semblante serio y un poco amenazador esperando mi reacción. Sin duda no estaba de humor, y su aspecto contrastaba bastante su estado: con el pelo rojo enmarañado hecho un ovillo, la cara pálida y esas ojeras que surcaban su cara.
Me quedé mirándolo fijamente y con parsimonia me levanté para ponerme cara a cara.
                —Pues yo creo que tendrás que justificarte mucho mejor para mínimo no invitarme a un cubo  —a lo que añadí—. Pedazo de mierda.
Ambos nos miramos unos segundos más, y fue entonces cuando Martín dibujó en la comisura de sus labios una breve sonrisa que se convirtió al segundo en una fina y dura línea. Pero ya era tarde, lo había visto. Por lo que sentí el impulso de reírme, así que terminé también forzando mis facciones de la misma forma que lo había hecho él.
—¿Pedazo de mierda? —repitió.
Entonces ninguno de los dos pudimos frenar más el impulso y rompimos a reír. Nos dimos un abrazo como solíamos hacer cada vez que nos veíamos, que no solía ser muy a menudo.
—Qué tal estas. —me preguntó.
—Por lo que puedo ver por tu aspecto mucho mejor que tú —reconocí con franqueza—. Ya sé que la ilusión de verme después de tanto tiempo es demasiado para poder siquiera dormir, eso explicaría las ojeras pero, el look vagabundo a qué es debido ¿es carnaval? ¿O es tu ropa de diario?.
—Es lo que tenemos los universitarios, algún día lo comprenderás. O no. —Añadió — Y lo de la ropa, nos la regalan en la uni cuando empiezas a estudiar ingeniería informática. Es una forma para que nos identifiquemos entre nosotros por si nos encontramos en apuros, ya sabes: quedarnos sin batería en el portátil, perder la cuenta de WoW… Lo típico.
No pude parar de reír. Aquello era una de las cosas que más me gustaba de Martín, siempre sabía reírse de sí mismo.
—Entonces creo que deberías conseguirme un uniforme de esos.
—Creía que renegabas el lado oscuro y de todo eso de ser un friki.
Hice un movimiento de hombros.
—El lado oscuro es fuerte en mí por desgracia. Y no es cierto, yo de lo que reniego es de la etiqueta friki. Que me guste algo friki no significa que lo sea.
Martín arqueó las cejas.
                —En ese caso demostrémoslos con un test rápido —y antes de que pudiera decir nada disparó la primera pregunta—. ¿Has leído alguna vez un anime?.
                —Sabes de sobra que un anime no se puede leer, que lo que se lee son los mangas. Y has dicho esto para dejar claro mis conocimientos en el tema, pero esto solo demuestra que soy una persona que habla correctamente y sabe un poco del asunto.
—Letrado responda a la pregunta por favor.
—Sí. Tengo la colección completa de Dragon Ball como bien sabes. Pero Dragon Ball no cuenta, Goku es Goku tío, Además es la única colección manga que tengo.
                — ¿Qué es el E3? ¿Mejor saga de videojuegos? —a lo que añadió con cierta malicia en su sonrisa—. ¿Y qué opinas de WiiU?
Le miré con cara de asco.
—El E3 es la feria más importante de los videojuegos de todo el mundo —dije con un tono cansino— .Es normal que la conozca. La mejor saga de videojuegos de todos los tiempos como bien sabes y si no es que no tienes ni idea de videojuegos, es Metal Gear Solid. Y WiiU ¿Por qué me odias?
—Vale dejemos lo de Wii U. ¿le gusta leer?
—Sabes que sí.
—¿Cuál diría que es su saga favorita? —dijo poniéndome un micrófono imaginario cerca de la boca.
—¿Has pasado de juez a periodista?—no dijo nada, se limitó a hacerme gesto hacia el micro imaginario, entorné los ojos mientras regaba con la cabeza—. Canción de Hielo y Fuego
—Aja, te gusta leer y encima literatura de fantasía además —dijo señalándome como si hubiera descubierto una prueba irrefutable—.¡Una persona normal diría juego de tronos!
—Gracias por llamarme anormal. Que me guste la lectura, y que sea buena, no me hace culpable de nada.
—¿Todavía no estás dispuesto a reconocerlo?
—¡Si es que no soy friki! Sí,  me gusta las series, he leído algún manga, me gustan los videojuegos, y también me gusta la lectura. Y sin embargo no me gustan cosas tan típicas como Matrix, Start Wars el señor de los anillos, one pieces o ni disfrazarme y hacer el canelo por ahí.
—Lo siento, pero has aprobado el test, y por ello yo, y en nombre de todos los frikis de la galaxia, como sacerdote level 100 de la horda gracias a nuestro señor todopoderoso Blizzard. Te concedo el título de friki de armario.
Como decía me gustaba Martín porque sabía reírse de sí mismo, pero que admirara su habilidad no significaba que la compartiera. Aquello no me hizo nada de gracia y decidí tomarme la revancha.

Cogí la maleta y empecé a desperdigar su interior en el banco. Algunos capuchones de los  bolígrafos que solía perder salieron rodando hasta caer al suelo, los folios de apuntes tomados hacía meses al fin vieron a ver la luz del sol, salieron justo después de unos cuantos libros, que eran los culpables de que los apuntes solieran estar en la base de la mochila, ya que al sacarlos y meterlos, terminaba doblando las hojas sueltas y empujándolas al fondo. Al final terminé con varios libros de Bachillerato por el suelo, pero no me importaba. Esos libros podían fastidiarse ensuciarse y doblarse todo lo que quisieran, pero no unos de mis libros, y menos ese.
Saqué con orgullo, y para qué negarlo, con un poco de expectación, mi querido ejemplar de ‘El temor de un hombre sabio’ y sonreí al ver su portada.
—Aquí está por lo que has venido —de pronto a Martín toda la alegría se esfumó de un plumazo, y volvió a convertirse en aquel joven de aspecto desdeñable que había visto hacía unos minutos. Su cara descompuesta  miro mi preciado tesoro y quiso cogerlo, iba a ponerlo en sus manos pero en el último momento retiré el libro y le miré a los ojos—. Un lector autentico, jamás dejaría un libro como este a nadie. —Hice una pausa para que notara mi seriedad—. Si me lo devuelves doblado o manchado…
— Se de sobra que sería como profanar a toda tu familia y luego comérmelos vivos. —argumentó rápidamente intentando zanjar el tema.
Me imaginé la escena que acababa de decir.
—Umm, creo que más o menos te haces una pequeña idea de lo que representaría para mí.
Sus ojos alternaban entre mí y el libro. Su mirada gritaba desesperación, se notaba que se moría por tener el libro entre las manos. Aquello me hizo disfrutar y intente hacerlo durar unos segundos más intentando aparentar indecisión a desprenderme del objeto.

Nada más dárselo contempló la portada y la palpó buscando relieves. Aguardé tranquilo mientras lo abría y lo ojeaba. Llevaba una semana intentando hacerse con el libro, pero por algún motivo, y aunque su predecesor había vendido bien, la tirada había sido excesivamente corta, y la gente se estaba volviendo loca por encontrar un ejemplar. Yo había sido uno de los pocos afortunados, y la noche anterior había terminado su lectura. Hice tiempo recogiendo todo lo que había tirado, metiéndola de cualquier forma en la mochila y sin miramientos.

                —Gracias. —fue lo único que dijo. Pero ambos supimos perfectamente que sus palabras querían decir mucho más que eso. Fue su tono de voz; me había hablado como si por fin pudiera descansar, y en realidad le creía.

Veréis si alguna vez os habéis obsesionado con tener algo, sabréis que al principio se suele preguntar con calma. Es después de varias negativas cuando descubres que aquello que quieres está agotado o es especialmente difícil de encontrar. Y es en ese momento cuando comienzas a ponerte nervioso. Aun así repasas los lugares que te quedan por visitar, y te preguntas si habrá alguno más que se te habrá olvidado.
En tu cabeza por supuesto, te dices que seguro que en los sitios que te quedan por ir tiene que haber unos cuantos, y que serás uno de los pocos afortunado que lo consigas, porque <<ya bastante mala suerte tengo en la vida para que encima también me pase esto>>.
La realidad será que ese día te irás a casa con las manos vacías, y el nerviosismo que sentías se irá convirtiendo en puro rencor porque una vez más Dios o lo que sea, disfruta viéndote sufrir, y nunca puedes tener las cosas cuando las quieres. Aun así eres positivo y le quitas importancia <<mañana seguro que lo tendré, además por un día no me voy a morir>>.
La realidad será que al día siguiente empezarás a ver a la gente en internet con aquello que tanto deseas, y es entonces cuando comenzaras a ir a sitios que ayer no habías visitado. Como no lo encontraras comenzaras a llamar por teléfono, pero nadie querrá darte una fecha de cuando lo tendrán exactamente. Todos se limitarán a informarte del motivo por el que no hay existencias. Como si a ti te importara o como si después de haber llamado a tres sitios distintos no te hubieras enterado del porqué. Como consuelo te ofrecerán tomarte los datos para incluirte en una lista donde avisarán a los interesados cuando el producto llegue. Al principio te escudaras en eso para aguantar un poco más ese rencor que va tomando forma. Pero los días pasarán y más gente lo tendrá, y tú no serás unos de ellos. Y esa rabia te irá dominando y consumiendo. Seguirás llamando, y escucharas las mismas respuestas día tras día, como si el tiempo no avanzara o no quisiera avanzar.
Oirás de sitios donde llegaron rápido y más rápido se agotaron, y será entonces cuando empezaras a jurar y maldecir. Luego veras por internet a más gente que sonríe porque lo tienen, y leerás afirmaciones como que es incluso mejor de lo que habían esperado. Y tú arderas por dentro.  Será entonces cuando sabrás que aquel objeto que querías, ahora lo necesitas. Y que la espera hasta conseguirlo será una lenta y dura agonía que solo cesará cuando termine en tus manos. Y solo cuando eso pase, solo entonces, podrás descansar.

—Qué tal si me lo agradeces con ese cubo que prometiste —le guiñé un ojo—. Prometo dejarte marchar pronto, que sé que lo estas deseando para empezar con el monstruo.

A la deriva.



Pues solo un motivo es necesario para comenzar un camino de opresión, pero no basta para terminarlo.

'Un niño que llora,
una silla que cruje,
el tic tac del reloj.

Un silbido impersistente,
unos muebles movidos,
y un perro que ladra.

una moto que pasa,
tanto ruido…
y en mi cabeza nada.'

Quería una cerveza fría
para que se les refrescaran las ideas.

Copyright© Álvaro Roldán